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6-04-2005

Estoy en el tren que todavía no ha salido, creo que le quedan dos minutos de recoger viajeros. El vagón va lleno. Alguien lleva la colonia de un chico al que besé una vez sin demasiada convicción...

La ciudad y también todo lo que no lo es (lo que la genera, la alimenta, la repudia y la mantiene como única verdad futura para todos sus pobladores) está vacía. No hay en ella más que seres mutantes intercambiando recetas de cocina. Y yo los veo, pero ellos no lo saben.

¿Qué puedo hacer con mi condena? Porque no se acaba cumpliendo con ella. Y nadie me va a salvar, ninguno de todos los zombies tiene otra cosa que un buen disfraz. Y sin embargo, y todavía, yo también soy un absurdo ser malformado. Perdida en el laberinto que yo transformo en caracola, actuando y siendo consciente de la fealdad de mi careta.

A veces el viento sopla durante días y parece que la radiactividad desaparece. Pero no es más que otro capítulo del libro recién escrito que nadie lee.

Ahora, lanzada por las toberas planificadas, pienso en Bob Marley. Está muerto... La falsa mentira más olvidada

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