Curiosos comportamientos sociológicos

2005-12-12 12:47:05

No tiene desperdicio. Ir al aeropuerto y esperar a alguien que tiene que llegar en avión.



Primera máxima: siempre hay retraso. De manera que lo más común es tener que pasar entre media y una hora junto a parientes ansiosos.
Fui con mis padres a esperar a mi hermano que venía de Roma. Aguantamos media hora en un banco de los pocos que no están enfrente de las puertas automáticas (que ofrecen frecuentes raciones gratuitas de frío invernal), eso sí con la oscuridad y ese aire tétrico al que Barajas no renuncia ni a tiros. Después decidimos arrimarnos a la zona de llegadas, que consiste en una puerta automática opaca con una barandilla en frente (como a 1,50 m de distancia) detrás de la que se agolpa la gente esperando a sus seres queridos como si se tratara de las estrellas más populares del momento.
Bien, pues allí había varios grupillos de gente que no llama la atención (los que llamamos normales, que luego vete a saber tú si lo son o no), pero a los diez minutos ya empezaron a perfilarse las personalidades de todos y aparecieron los que serían verdaderos protagonistas de la escena. En ese momento empezó a oler a porro… después de unos instantes de percepción e identificación del estímulo, mi padre dice:
- Joder, alguien se está fumando un porro, es increíble, en un aeropuerto, que no se puede ni fumar.
Y mi madre:
- No, si son estas colonias de ahora que son tan fuertes.
Yo me moría, ya me estaba imaginando Cannabis de Paco Rabanne o Maria, la nueva fragancia de Carolina Herrera. Es que mi madre a veces es tan ingenua… me encanta porque trata de disculpar cosas recurriendo a las teorías más absurdas.

Después aparece el SuperStar del día. Era un tío con rastas, rubio, gorra militar y pinta neogrunge (la típica pose del forrado que va desaliñado y tal, ante la cual no tengo nada que objetar igual que no lo tendría si las valencianas quisieran vestir de falleras todo el año). Pues bien, era el caso, tristemente frecuente, de persona que no sabe esperar (le puede pasar a cualquiera, hay gente que no sabe dibujar, gente que no sabe tocar un instrumento, gente que no sabe escuchar, gente que no sabe decir que no, los que no saben salir de una escalera mecánica sin pararse… infinitos casos tristes). Detengámonos un momento en este fenómeno, porque merece la pena: alguien que no sabe esperar, evidentemente se verá obligado a hacer muchas veces en la vida eso para lo que no está preparado. Por lo tanto, durante estos horribles momentos se dedican a extender alrededor de ellos toda su frustración momentánea. Un rasgo frecuentemente asociado a estas personas es que piensan que están solos y actúan como quien sale de la ducha en su casa por la mañana (libremente y sin reparos). ¿A qué nos lleva todo esto? Bien, pues lo que tenemos en este caso concreto es una persona que pasea 10 m y da la vuelta, hace los otros 10 m restantes y llega a su marca de salida imaginaria. Además añadimos que va empujando un carrito portamaletas sin maletas, que su mirada está permanentemente fija en las puertas de llegada y que repite una palabra ininteligible cada dos minutos, todo ello en un espacio lleno de grupos de gente que se arremolina y se desperdiga según se producen las llegadas de viajeros. Finalmente, además de tener a mi padre cabreado mirándole constantemente y radiando cada uno de sus movimientos, los daños consistieron en cuatro tobillos golpeados (de cuatro personas diferentes) y las maniobras casi circenses que tuvo que hacer un chico con muletas para no tropezar con el autómata del carrito.
Aparte de este personaje, en un determinado momento llega una chica, muy inquieta, tampoco sabía esperar, pero no se inclinó por el rollo autista sino por todo lo contrario, era de las extrovertidas. Se acerca a toda velocidad y agarra a un señor calvo que estaba delante de mí (no sé por qué los señores calvos dan más confianza que los otros). El hombre se vuelve, y ella le dice:
- Oye, sabes si han salido ya los del vuelo de Londres.
Y el señor calvo:
- Pues no, ni idea.
- ¿A quién esperáis vosotros?
- Al vuelo de Milán.
- ¿Y no han llegado?
- No todavía no.
- Ah, vale muchas gracias.

Bueno, está muy bien que la gente sea abierta, se comunique y haga amigos, pero de verdad que esta conversación es completamente incongruente. Primero: una vez que el señor calvo dice que no sabe nada del vuelo de Londres, lo lógico habría sido que la chica le diera las gracias y mirase la pantalla de vuelos en tierra (que es la única información que tiene todo el mundo cuando está allí). ¿A qué viene la pregunta de a quién esperáis vosotros? ¿Qué tiene que ver el que no haya salido la gente de Milán con los de Londres?, sí queridos amigos, no tiene nada que ver, se trata de otro escalofriante caso de gente que se auto-convence con argumentos débiles, otro mal menor lamentablemente frecuente.
Lo mejor es que luego llegó una amiga de la chica y le dice esta:
- No, ya he preguntado y me han dicho que no han salido todavía.
Vale. No pasa nada, se lo ha inventado y ya está (yo también lo hago), a veces la gente necesita lugares a los que agarrarse para estar seguros y tranquilos, y pasa a todos los niveles desde este tan efímero y banal hasta otros más escabrosos que tienen que ver con la soledad, el dinero, y sentirse acompañados.

A estas alturas, ya se habían apoderado de la barandilla una familia con pinta de alemanes-buena-gente (con grandes mofletes, tez rosa brillante y sonrisas por doquier), tenían una cámara de fotos y cuando localizaron a quienes esperaban en el fondo de la sala que había detrás de las puertas, les gritaron efusivamente. Entonces se cerró la puerta. La mujer se preparó con la cámara de fotos para inmortalizar aquel momento grandioso, entonces se abrieron las puertas y todos sentimos el flash, sobre todo el señor que salía con cara de “hetenidounviajedemierda” y que apareció como primer plano de la foto. Yo pensé: bueno, será el típico familiar poco efusivo, pero cuando sigue andando y nadie se le acerca más que tímidamente, digo: joder, que fríos son estos alemanes… Claro que luego los alemanes (que tenían un perfecto castellano, y que debían ser por lo menos de Móstoles) nada más que esquivaron al solitario y fotografiado viajero se abrazaron con ímpetu a una pareja que salía con anoraks de montaña.

Luego ya llegó mi hermano. Venía con su cara y con su ropa, de modo que no había ninguna duda, era él. Afortunadamente no le paró el guardiacivil de la puerta, que siempre le pregunta en el último momento “de donde viene” o “No habrá bajado del avión de Londres”.
Y hasta aquí llegamos, final feliz. Sucedieron muchas cosas más que podría contar, como la emotiva llegada de una pareja con un bebé a los que esperaba una la madre de uno de ellos y que besó al niño con tanta ternura que nos hizo llorar a mi madre y a mí. O la venezolana que al recibir a su marido (un poco más bajo que ella) le dio un azote en el culo y le dijo: “amorcito has crecido”, con mucha gracia.

En fin todo ello lo guardo (con fecha de caducidad) en mi cerebro. También yo estoy un poco enferma, me fijo demasiado en lo que me rodea. No me salvo (si hay infierno), pero lo que me río, no me lo quita nadie (bueno, ya llegará el alzeimer).

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